lunes, 3 de noviembre de 2008

Gente que conozco y quiero (IV)

Ro es Ro, y eso es así.

Es de esas chicas que te gustan desde el principio.

Porque sí, Ro es preciosa, pero tiene un don: siempre se le olvida.

Ahora que estoy de mudanza, sigo encontrando cosas de ella, y eso que me dejó hace ya unostresoquizáscuatro años. Cosas como su bata de Women’s secret, que aún me pongo porque es la única bata de mujer de franela gris. Cosas como el diario que escribíamos juntos –nos turnamos, ¿vale? yo ya he escrito, ahora te toca a ti, y qué pongo, lo que quieras, pues entonces a ti, ¿no?-, cosas como la colección de estrellas que un día me regaló y que duerme encima mía desde hace cuatro ciudades, cosas como las postales que nunca escribimos, cosas como su recuerdo, dividido en tantísimas cajas sin dueño.

Ro no come queso, ningún tipo de queso –¡el de las pizzas sí! ¿y el de la pizza sólo? sólo no me gusta, pues entonces no vale-, es lenta hasta diciendo “hola” –dice holaaa, así, con muchas aes- y por eso siempre discutíamos para ir al cine –que no llegamos, que sí llegamos, pues venga, no me metas prisa, pues voy bajando, eso, vete anda y déjame tranquila, pues te espero, pero venga, date prisa, que no me metas prisa, vale, pues bajo-, a veces te coge el teléfono aunque esté en el baño –qué haces, caca, ostia ro, cuelgo- y si no desayuna segundos después de levantarse es capaz de destruir el planeta.

Y siempre, siempre, está ahí.

El otro día me llamó para decirme eso –tengo que decirte una cosa, ¿el qué? (y este ¿el qué? lo preguntas sabiendo lo que viene, esperando que lo diga y deseando oírlo de una maldita vez y sin querer adivinarlo porque la noticia es suya, es su momento, y no lo quieres arruinar como esa vez hace unostresocuatroaños que te dijo lo mismo, eso de tengo que decirte una cosa, que tú le dijiste: Que estás con E, y ella que se sonroja un poco y te pregunta cómo lo sabes, y tú le dices eso de no sé, Ro, te leo, siempre te leo- ¿el qué? Y ella: pueeeees –así, con muchas es- queeeeee –¡dilo ya, Ro, dilo ya!- que estoy embarazada.

Y la escuchas. Así, feliz, radiante, perfecta, en su sitio, siempre, siempre en su sitio. Y quieres gastarle una broma –¿entonces, eso significa que ya no volvemos?- pero no te atreves porque sabes, sientes, que es su momento, SU momento, y sólo existe ella, y tú para ella, y te callas para escuchar su risa, esa risa de valentíaymiedoalavez, esa risa de niñapequeñaymujerydentrodenadamadre que tanto te encanta. Y luego te dice eso de:

“me alegro de compartir esto contigo”

Y te callas, porque no eres capaz de comprender –está con otro, no está contigo, se ha ido, y no- que a ti te pasa exactamente lo mismo –y yo que lo compartas, Ro, y yo que lo compartas- porque te pasa, vaya si te pasa. Y te sientes liberado porque descubres que aquella chica que te salvó una vez es completamente feliz, ahora. Y tú con ella sin ella. Porque se lo merece, lo necesita, y tú también, a pesar de que todavía no entiendes por qué es tan lenta para todo y no es capaz de coger lo mejor de la pizza y compartir–si es lo mismo, que no, que así no, que sólo me gusta en la pizza- un pan con queso perfecto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mu bonito este. Lo que yo te diga... un libro.

El hombre verde del este dijo...

Es que a ti te gusta todo aquéllo en lo que salga la palabra "caca". Bueno, y la palabra "queso". Pero sobre todo la primera, que lo sé.

Vir dijo...

Ma-ra-vi-llo-so... Estoy de acuerdo con Miguelo: libro ya. Ro puede sentirse muy orgullosa...;-)