
¡¡Sí, amigos!! Una familia feliz -¿qué digo feliz? ¡superfeliz!- y un niño que guiña el ojo en plan "¿a que somos guays? ¡tú puedes!".
Me concentré en sus sonrisas y pronto me di cuenta de que no podía dejar de pensar en lo absolutamente maravilloso que era este cartel, en cómo ese blanco impoluto me devolvía la ilusión por encontrar la mujer perfecta, el niño perfecto, un número de teléfono azul... Pero no. Luego me fijé bien y... ¡chas! Una visión me devolvió a la realidad de un duro golpe que todavía me afecta: ese niño no está guiñando el ojo. Básicamente, porque no tiene.

Han mutilado una infancia.
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