lunes, 9 de agosto de 2010

Microcuentos desde agosto (III)

Cuando D y E cruzaron sus miradas y sonrisas en aquella terraza, fue por casualidad. La misma casualidad que provocó que, cuatro segundos antes, un niño cruzara entre las mesas del bar con su motocicleta de plástico a la velocidad de un espermatozoide desesperado, despertando en ellos una risa casi perdida. La misma casualidad que hizo que bebieran lo mismo y se fumaran un cigarro al mismo tiempo. La misma casualidad que originó que, cuando D sacara su ordenador para escribir este relato, E dejara aquel lugar (y de buscarle) para siempre.

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